En la terraza, en terrenos desocupados o en patios, hoy ya no hay excusas para no tener un huerto. En la búsqueda de mejorar la alimentación y de realizar actividades que aporten a la calidad de vida, personas de todas las edades han vuelto a desarrollar la agricultura, aunque sea a baja escala.
Ya sea en techos, patios, terrazas o en terrenos más extensos, desde hace unos años, hemos comenzado a ver cómo los huertos urbanos han empezado a proliferar por toda la ciudad, gracias al trabajo de personas que, en su mayoría, buscan obtener alimentos orgánicos, aumentar la ingesta de verduras y frutas sin afectar el presupuesto y realizar una actividad recreacional o terapéutica.
Lo que comenzó como una moda, hoy se ha convertido en una práctica regular de familias completas, jóvenes, niños y dueñas de casa, entre otros, quienes han comenzado a trabajar con la tierra, descubriendo en muchas ocasiones mayores beneficios de los que esperaban, como por ejemplo, la posibilidad de generar y fortalecer lazos, desarrollar el sentido de responsabilidad y la pertenencia y, por supuesto, disminuir el presupuesto familiar sin sacrificar una buena dieta.
La expansión de este modelo de agricultura a baja escala ha sido tal, que incluso algunas municipalidades, como la de La Reina, han generado programas de huertas urbanas, en los cuales han dispuesto espacios para que los mismos vecinos, previa inscripción, puedan acceder a terrenos y cultivar distintos tipos de alimentos, los que luego son comercializados o destinados al autoconsumo.
Este programa, al igual que otros similares, partió con el fin de apoyar a las personas en contextos de mayor vulnerabilidad, pues más allá del acceso a los alimentos, la población que vive en esta situación está expuesta a una serie de otros riesgos, muchas veces más graves que una alimentación deficiente.
Y cuando hablamos de riesgos, nos referimos al desarrollo silencioso de la pobreza multidimensional, que afecta al 20,9 % de los chilenos y chilenas según la encuesta Casen de 2015. La pobreza multidimensional, como tal, lleva asociadas distintas amenazas, como la drogadicción, la violencia, la delincuencia, los conflictos entre vecinos, el hacinamiento y la falta de derechos, por nombrar algunos ejemplos.
Lo que comenzó como una moda, hoy se ha convertido en una práctica regular de familias completas, jóvenes, niños y dueñas de casa, entre otros, quienes han comenzado a trabajar con la tierra”.
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Otro de los síntomas de la pobreza multidimensional es la obesidad, dado que la calidad de la alimentación se restringe según el presupuesto familiar. Si a esto sumamos que más del 50 % de los niños entre 5 y 7 años tiene sobrepeso, y un 23,9 % son obesos (2016), el panorama parece desalentador.
Frente a esto, ¿cómo puede ayudar una huerta a cambiar la realidad?
Pese a lo sencillo que parezca, el desarrollo de huertos y el trabajo con la tierra impactan en las tres dimensiones del ser humano, entendiendo por esto lo psicoemocional, lo físico y lo espiritual.
Bienestar verde
Basta con mencionar el estudio del Departamento de Geografía y Estudios Urbanos de la Universidad de Temple, EE.UU., donde se demostró que los barrios más verdes tienen menos delincuencia. Según los investigadores, esto se debería a que los espacios verdes incentivan a que las personas sociabilicen más y se tomen los espacios comunitarios, lo que desalienta el crimen. Además, las plantas o la vegetación disminuyen la fatiga mental y los síntomas que se asocian a esta, como la irritabilidad, por ejemplo.
Otro estudio, esta vez realizado durante 18 años por investigadores de la Universidad de Exeter sobre casi 10.000 ciudadanos de áreas urbanas del Reino Unido, demostró que cuando los espacios verdes aumentaban dentro de un radio de 4 km, el bienestar general también se incrementaba, específicamente en un 2 %, mientras que los trastornos psicológicos disminuían en un 4 %.
Como espacios verdes, podemos considerar las huertas urbanas que, según el Centro de Investigación y Transferencia en Riego y Agroclimatología (CITRA), de la Universidad de Talca, pueden generar un ahorro familiar de entre $40.000 y $100.000 pesos mensuales. Junto a ello, posibilitan actividades que conectan al ser humano con su entorno y con la naturaleza.
Los ejemplos mencionados anteriormente han sido comprobados por organizaciones como la Fundación Huertas Comunitarias, entidad que a través de la implementación de huertas busca crear barrios positivos, en donde además se produzca una mejora en las relaciones sociales y en la alimentación de la población, sobre todo en aquellos grupos que no suelen consumir verduras y frutas regularmente.
El ingeniero agrónomo de la Pontificia Universidad Católica de Chile, fundador y coordinador general de la Fundación Huertas Comunitarias, Darío Mujica, explica que mediante la agricultura se puede ayudar a resolver problemáticas sociales. “La agricultura es una herramienta muy potente para resolver distintos desafíos sociales y fortalecer vínculos, especialmente en los sectores más vulnerables de las grandes ciudades. Puede ser tanto una vía para entregar opciones de recreación a las personas, como también de recuperación de espacios abandonados”, explica Mujica.
Educación desde pequeños
En este contexto, sin duda una de las principales formas de cambiar y de mejorar una sociedad es trabajar junto a los más jóvenes, inculcándoles desde pequeños costumbres y valores que les permitan una visión distinta para el futuro. Dentro de esto, el trabajo con la tierra entrega numerosas oportunidades de formación a los menores de edad y a los jóvenes, otorgándoles además una opción de recreación que les permite salir de aquellos ambientes poco armónicos y riesgosos.
Al respecto, Pedro Swinburn Larraín, médico especializado en salud mental con orientación antroposófica, explica que la agricultura es una buena opción cuando se quiere entregar a los niños una responsabilidad, siempre y cuando estén dispuestos a recibirla. “Se puede delegar, pero acompañando. Cualquier actividad que se haga todos los días, de manera rítmica, fortalece su voluntad. Es positivo para ellos, y más porque es un quehacer con sentido, con cuidado. Eso es fortalecer la voluntad del sentido favorable. Actividades de esta naturaleza, plenas de sentido, robustecen saludablemente las fuerzas volitivas a lo largo del desarrollo infantojuvenil”, explica el especialista.
El circulo virtuoso que se genera a la hora de trabajar con la tierra, independiente del terreno en donde se desarrolle la actividad, se da porque quienes se contactan con la naturaleza realizan una labor y adquieren un compromiso constante. Luego, la tierra retribuye esa misma energía a través de la entrega de alimentos. “De esa forma, se genera un pacto sólido, que nos ayuda a conectarnos y a volver a algo tan propio del ser humano como la agricultura, actividad que últimamente se ha perdido y que incluso nos ha llevado a desconocer el origen de lo que comemos. No sabemos el esfuerzo que hay detrás y esto nos hace alejarnos del estado natural del hombre, realidad que se revierte cuando trabajamos en una huerta”, explica Mujica.
Para quienes no se interesan por desarrollar la agricultura, pero sí creen y apuestan por una alimentación más saludable, junto con el fortalecimiento de los pequeños agricultores y de la economía local, existen organizaciones como Huertas a Deo.
Esta empresa se dedica a apoyar y a enseñar a grupos de agricultores técnicas sustentables y sostenibles de agricultura. Tras las cosechas que obtienen estos grupos, Huertas a Deo prepara canastas con alimentos que distribuye entre quienes compran semanal o quincenalmente.
Lo positivo radica en que los alimentos siempre estarán frescos. Además, son producidos con responsabilidad y respeto a la tierra.
¿Cómo cultivar su propio alimento?
Si bien el espacio muchas veces no es amplio, según Darío Mujica, de la Fundación Huertas Comunitarias, basta tan sólo con un metro cuadrado para obtener una cosecha “rentable”. Entre las claves que debemos considerar, sobre todo cuando el huerto se ubica en terrazas de departamentos, podemos mencionar:
– Procurar que las plantas reciban luz.
– Contar con buena estructura para cultivar.
– Regar moderadamente, sin excesos.
– Usar la creatividad, aprovechando el espacio con cajones de madera que se instalen de forma vertical.
– Incluir plantas como la menta o el romero, que por su olor atraen a bichos que se comen las plagas o pulgones y que, por ende, repelen naturalmente las enfermedades de las plantas.
– Rociar una vez a la semana agua con ajo o con cebolla e ir alternando. Este olor también es un repelente natural.
¿Qué cultivar?
Si bien la época invernal no es propicia para cultivar, salvo que se cuente con un invernadero o se cultiven especies de invierno, sí se puede comenzar a preparar la tierra, para contar en septiembre con un suelo apto para tener verduras durante el verano.
Algunas técnicas para preparar una buena tierra, y de forma natural, son:
- Desechos de lombrices (ojalá californianas): Si utilizamos alimentos de nuestra cocina, como verduras sin aliños, las lombrices producirán rápidamente sus desechos, los cuales serán luego utilizados como humus. Para esto, se recomienda ocupar un cajón de feria o un tambor con fondo removible. El humus que se obtenga debe ponerse posteriormente en agua, dejarlo reposar 24 horas, y luego rociarlo en la tierra.
- Compostaje: En esta técnica, también utilizamos cáscaras o desechos de material vegetal sin aliños; luego se debe mezclar con hojas secas y ramas. Todo debe juntarse en un tambor oscuro, para que comience la descomposición. Sabremos que el compost está listo cuando no veamos restos de alimentos, sino que por el contrario, esté todo desecho.
Clave: Abonar la tierra al menos dos veces al año, sobre todo antes de sembrar, y luego de cosechar.
El desarrollo de la agricultura urbana y periurbana (AUP), según la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura, puede ser un gran aporte para la seguridad alimentaria, especialmente en aquellos contextos donde escasea el alimento o existen crisis, ya sean políticas, económicas o sociales.
Según este organismo, un espacio de apenas un metro cuadrado puede proporcionar 20 kg de comida al año, la que luego puede servir para el autoconsumo, el intercambio o la comercialización en mercados locales.
En la Región Metropolitana, se pueden encontrar algunas huertas urbanas en lugares como:
Huerto Urbano Yungay (Santo Domingo 3676, Quinta Normal)
Centro Nacional de Arte Contemporáneo- Cerrillos (Parque Bicentenario, Estación de Metro Cerrillos)
Huertas urbanas La Reina (Av. Fernando Castillo Velasco, esquina Las Perdices)
La Pintana (campus Antumapu de la Facultad de Ciencias Agronómicas de la Universidad de Chile, Villa Las Rosas).
Gracias por leer el articulo gentileza: mundonuevo.cl